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Las andanzas de Lu*

Experiment-ando...

Experiment-ando...

Ella...

Se levantó de la mesa sin detenerse a mirar, borracha, completamente embrutecida, tropezando con mesas, gente, vasos, sillas, recuerdos, sudores y pesadillas. No le importó rasgar su vestido, no le importó que la llamaran alcohólica, idiota, demente... Salió de aquel lugar -¡tuvo que salir de aquel lugar!- se sacó el sombrero de encaje percudido, tomó aire, respiró; caminó por las húmedas y oscuras calles de Buenos Aires, inhóspitas, crueles, implacables para seres como ella en cuyos ojos se reflejan el olvido y la desesperanza. Si, las noches de Buenos Aires están llenas de personajes que perdieron la voz a fuerza de gritar sin ser escuchados, rengos de sueños sin mordaza, mutilados de alma, repletos de búsquedas fallidas.

Caminó sin rumbo con ligereza, un perro la seguía suplicante, ella detuvo su paso, sacó la botella que guardaba en el tapado roído, bebió y arrodillándose recibió una única caricia: la lengua del perro lamiendo su mano huesuda olorosa a hierba, sexo y vinagre; abrió los ojos como un lamento y poniéndose en pié  hizo un gesto amenazante al lastimoso animal que la miró confundido y decidió alejarse. Una mueca le siguió a la sonrisa, se limpió la cara con el mugriento puño y retomó su marcha haciendo sonar sus tacones sobre el asfalto.

Ella era así, si, ahora era así... Había perdido la cabeza, había entrado y salido del loquero, había prometido no volver a tomar, olvidarse de las pastas para siempre... juró y perjuró mas no pudo cumplir, y es que, es que cuando su cabeza conseguía al fin estar en su sitio, pertenecer por unos segundos al mundo corrupto del que intentaba escapar, un inmenso dolor se clavaba en su espalda atravesándola toda, partiéndola en pedazos. Ella fue no lo que quiso, si no lo que pudo, con esa madre católica y ese padre bohemio cuasi pelotudo, con esas hermanas idiotas y esos hombres que sólo cogiendo pretendieron dominarla. Ella fue lo que pudo en el país del olvido.

Con la mierda en los zapatos intentó bailar, con unas manos ahorcando su larguísimo cuello intentó zafar y conseguir, con las ansias desbocadas intentó, inútilmente, volar. Su más grande insensatez fue no dejarse convencer por las voces oscuras y malintencionadas que prometían -siempre prometen- la iban a salvar; ella no creyó en las falacias de la sociedad, entendió desde joven los espejismos de la civilización esas, "luces" que conducen al hambre de muchos y las panzas llenas de unos cuantos.

Se detuvo frente a una casa, sorbió lentamente la botella, miró de reojo y llamó, del otro lado de la puerta resonaban canciones empalagosas, esas que invitan a pensar y alcoholizarse, volvió a llamar, volvió a beber; el viejo conocido de voz ronca salió a su encuentro y saludándola con una gélida alegría la hizo entrar, le sacó el tapado y la botella, la besó despacio mientras ella fijaba la vista en el arpón que se anunciaba al fondo de la habitación. Encendieron un porro, hablaron del tiempo y la cacería de ballenas, de los versos de boleros y de guitarras cansadas; ella quería olvidar mientras yacía sobre la cama de ese hombre, su mente se alejó, llevándola -quizá- hacia lugares lejanos donde bastaban un enérgico pas de bouré y un tambaleante demi plié, para en un intento desesperado, aferrarse a la vida y recobrar la fé.

 

Lu*

1 comentario

M.Elena -

wow! me dejaste con las ganas de seguir leyendo .. sigue escribiendo .. muchos exitos